SALMO 32 (31)
Confesión y perdón
1a (1a) Instrucción de David.
1 1 (1b) Verdaderamente feliz es
quien ha sido perdonado
de todas sus culpas y pecados.
2 Verdaderamente feliz es
quien no es mal intencionado
ni acusado por el Señor de falta alguna.
3 Mientras no confesé mi pecado,
mi cuerpo iba decayendo
por mis gemidos de todo el día,
4 pues de día y de noche
tu mano pesaba sobre mí.
Como flor que el verano marchita,
así me sentía decaer.
5 Pero te confesé sin reservas
mi pecado y mi maldad;
decidí confesarte mis pecados,
y tú, Señor, los perdonaste.
6 Por eso, en momentos de angustia
los fieles te invocan,
y aunque se desborden torrentes caudalosos,
sus aguas no llegarán hasta ellos.
7 Tú eres mi refugio:
tú me proteges del peligro,
tú me rodeas de gritos de liberación.
8 El Señor dice:
«Mis ojos están puestos en ti.
Yo te daré instrucciones,
te daré consejos,
te enseñaré el camino que debes seguir.
9 No seas como el mulo o el caballo,
que no pueden entender,
y que hay que detener su brío
con el freno y con la rienda,
pues de otra manera no se acercan a ti.»
10 Muchos dolores esperan a los malvados,
pero el amor del Señor envuelve
a los que en él confían.
11 Ustedes, hombres buenos y honrados,
¡alégrense en el Señor!,
¡alégrense y griten de alegría!
La dicha del perdón
Salmo de David. Masquil.
1 Dichoso aquel cuyo pecado es perdonado,
y cuya maldad queda absuelta.
2 Dichoso aquel a quien el Señor
ya no acusa de impiedad,
y en el que no hay engaño.
3 Mientras callé, mis huesos envejecieron,
pues todo el día me quejaba.
4 De día y de noche me hiciste padecer;
mi lozanía se volvió aridez de verano.
5 Te confesé mi pecado; no oculté mi maldad.
Me dije: «Confesaré al Señor mi rebeldía»,
y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
6 Por eso, todos tus fieles orarán a ti
mientras puedas ser hallado.
Aunque sufran una gran inundación,
las aguas no los alcanzarán.
7 ¡Tú eres mi refugio!
¡Tú me libras de la angustia!
¡Tú me rodeas con cánticos de libertad!
8 «Yo te voy a hacer que entiendas.
Voy a enseñarte el camino que debes seguir,
y no voy a quitarte los ojos de encima.
9 No seas como los caballos ni como las mulas,
que no quieren obedecer,
y que hay que sujetarlos con la brida y el freno,
pues de lo contrario no se acercan a su amo.»
10 Al malvado le esperan muchas aflicciones,
pero la misericordia del Señor acompaña
a todos los que confían en él.
11 Ustedes, los hombres justos,
¡alégrense y regocíjense en el Señor!
Y ustedes, los de recto corazón,
¡canten todos llenos de alegría!