1 «Padres y hermanos míos, escuchen ahora lo que tengo que decir en mi defensa.»
2 Al oír que les hablaba en lengua aramea, todos guardaron silencio. Pablo siguió diciendo:
3 «Yo soy judío. Nací en Tarso de Cilicia, pero me criaron en esta ciudad, donde Gamaliel me instruyó con total apego a la ley de nuestros antepasados. El celo por Dios que ustedes sienten hoy, también lo sentí yo,
4 pues perseguí a muerte a los de este Camino. Yo aprehendía y llevaba a las cárceles a hombres y mujeres;
5 el sumo sacerdote y todos los ancianos me dieron cartas para apresar a los hermanos; ellos son testigos de que fui a Damasco para aprehender a los creyentes que estuvieran allí, y llevarlos a Jerusalén para castigarlos.
Pablo relata su conversión
(Hch 9.1-19Hch 26.12-18)
6 »Pero sucedió que en el camino, ya cerca de Damasco y como a mediodía, de repente me rodeó una intensa luz del cielo.
7 Caí al suelo, y entonces oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
8 Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y la voz me contestó: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues.”
9 Los que me acompañaban vieron la luz, y se espantaron; pero no escucharon la voz del que me hablaba.
10 Entonces dije: “Señor, ¿qué debo hacer?” Y el Señor me dijo: “Levántate, y ve a Damasco; allí se te dirá todo lo que se ha determinado que hagas.”
11 Como yo no podía ver por causa de esa luz tan potente, los que me acompañaban me llevaron de la mano, y así llegué a Damasco.
12 »Allí vivía Ananías, un hombre piadoso y apegado a la ley, de quien todos los judíos que allí vivían hablaban bien.
13 Ananías vino, se me acercó y me dijo: “Hermano Saulo, ¡recibe la vista!” Y en ese mismo instante recobré la vista y pude verlo.
14 Y él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo y escuches de sus propios labios su palabra,
15 pues tú serás su testigo ante todo el mundo de esto que has visto y oído.
16 ¿Qué esperas, entonces? ¡Levántate y bautízate, e invoca su nombre, para que quedes limpio de tus pecados!”
Pablo es enviado a los no judíos
17 »Cuando volví a Jerusalén, mientras oraba yo en el templo, entré en éxtasis.
18 Vi entonces al Señor, y escuché que me decía: “Date prisa, y sal pronto de Jerusalén, porque no van a creer lo que les digas de mí.”
19 Yo le respondí: “Señor, ellos saben que yo andaba por todas las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti.
20 Cuando corría la sangre de Esteban, tu testigo, yo estaba allí, aprobando su muerte con mi presencia y cuidando la ropa de quienes lo mataron.”
21 Pero el Señor me dijo: “Anda, que voy a enviarte lejos, a los que no son judíos.”»
Pablo en manos del tribuno
22 Hasta aquí lo escucharon. Entonces alzaron la voz y gritaron: «¡Mátalo! ¡Bórralo de este mundo! ¡Gente así no merece vivir!»
23 Y se rasgaban la ropa y lanzaban polvo al aire, y no dejaban de gritar.
24 Entonces el tribuno mandó que llevaran a Pablo a la fortaleza, con órdenes de que lo interrogaran y lo azotaran para saber por qué protestaban contra él.
25 Cuando lo estaban atando con correas, Pablo le preguntó al centurión allí presente: «¿Acaso está permitido azotar a un ciudadano romano sin que antes se le juzgue?»
26 Cuando el centurión oyó esto, fue con el tribuno y le dijo: «¿Y ahora qué vas a hacer? ¡Este hombre es ciudadano romano!»
27 Fue entonces el tribuno y le preguntó: «Dime, ¿en verdad eres ciudadano romano?» Y como Pablo respondió que sí,
28 el tribuno se jactó: «¡A mí me costó mucho dinero adquirir la ciudadanía!» Pero Pablo le respondió: «Yo soy romano de nacimiento.»
29 Al saber que Pablo era ciudadano romano, los que iban a interrogarlo se apartaron de él, y el tribuno hizo lo mismo, pues tuvo miedo de haber ordenado que lo interrogaran.
Pablo ante el concilio
30 Al día siguiente, el tribuno quiso saber por qué realmente lo acusaban los judíos, así que ordenó que le quitaran las cadenas, y también que se presentaran los principales sacerdotes y el concilio. Luego sacó a Pablo, y lo hizo comparecer ante ellos.
1 «Hermanos y padres, escuchen lo que tengo que decir en mi defensa.»
2 Al oír la gente que Pablo les hablaba en arameo, guardaron aún más silencio. Entonces Pablo continuó:
3 «Yo soy judío. Nací en Tarso de Cilicia, pero me crie aquí en Jerusalén y estudié bajo la dirección de Gamaliel, muy de acuerdo con la ley de nuestros antepasados. Siempre he procurado servir a Dios con todo mi corazón, tal como hoy día todos ustedes lo hacen. 4 Antes perseguí a muerte a quienes seguían este nuevo Camino, y arresté y metí en la cárcel a hombres y mujeres. 5 De esto son testigos el jefe de los sacerdotes y todo el consejo de ancianos. Ellos me dieron cartas para nuestros hermanos judíos en Damasco, y fui allá en busca de creyentes para traerlos aquí a Jerusalén y castigarlos.
6 »Pero mientras yo iba de camino, ya cerca de Damasco, a eso del mediodía, una fuerte luz del cielo resplandeció de repente a mi alrededor, 7 y caí al suelo. En seguida oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” 8 Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?” Y la voz me contestó: “Yo soy Jesús de Nazaret, el mismo a quien tú persigues.” 9 Los que iban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. 10 Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?” Y el Señor me dijo: “Levántate y sigue tu viaje a Damasco. Allí se te dirá todo lo que debes hacer.” 11 Y como el brillo de la luz me dejó ciego, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco.
12 »Allí había un hombre llamado Ananías, que era muy piadoso y obediente de la ley de Moisés. Todos los judíos que vivían en Damasco hablaban muy bien de él. 13 Ananías vino a verme, y al llegar me dijo: “Hermano Saulo, recibe de nuevo la vista.” Y en aquel mismo instante recobré la vista y pude verlo. 14 Luego añadió: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, para que veas al Justo, y de sus propios labios oigas su voz. 15 Ante el mundo entero tú serás testigo suyo de lo que has visto y oído. 16 Y ahora, no esperes más, ¡levántate y bautízate, e invoca el nombre del Señor para que quedes limpio de tus pecados.”
17 »Cuando yo regresé a Jerusalén, fui al templo a orar, y tuve una visión. 18 Vi al Señor, que me decía: “Date prisa, sal pronto de Jerusalén, porque no van a creer lo que digas acerca de mí.” 19 Yo le dije: “Señor, ellos saben que yo iba por todas las sinagogas, y que golpeaba y encarcelaba a quienes creían en ti; 20 y cuando mataron a tu testigo Esteban, yo mismo estuve allí y aprobé su muerte, e incluso cuidé la ropa de quienes lo mataron.” 21 Pero el Señor me dijo: “Ponte en camino, que voy a enviarte a quienes están lejos y no son judíos.”»
Pablo en manos del comandante
22 Hasta este punto lo escucharon. Pero luego comenzaron a gritar: «¡Ese hombre no merece vivir! ¡Bórralo de este mundo!» 23 Y como seguían gritando, y sacudían sus ropas y lanzaban polvo al aire, 24 el comandante ordenó que metieran a Pablo en el cuartel y que lo azotaran hasta que confesara por qué la gente gritaba en su contra. 25 Pero cuando ya lo tenían atado para azotarlo, Pablo le preguntó al centurión que estaba presente:
—¿Tienen ustedes autoridad para azotar a un ciudadano romano, sin antes haberlo juzgado?
26 Al oírlo, el centurión fue a informar de esto al comandante. Le dijo:
—¿Qué va a hacer usted? ¡Este hombre es ciudadano romano!
27 Entonces el comandante se acercó a Pablo, y le preguntó:
—¿Es cierto que eres ciudadano romano?
Pablo le contestó:
—Sí.
28 El comandante le dijo:
—A mí me costó mucho dinero llegar a ser ciudadano romano…
A lo que Pablo respondió:
—Pero yo soy ciudadano romano por nacimiento.
29 Al instante, los que iban a azotar a Pablo se apartaron de él; y hasta el mismo comandante, al darse cuenta de que era ciudadano romano, tuvo miedo de haberlo encadenado.
Pablo ante el Consejo de los judíos
30 Al día siguiente, como el comandante quería saber en detalle de qué acusaban los judíos a Pablo, mandó que le quitaran las cadenas, y que se reunieran los jefes de los sacerdotes y todo el Consejo; luego, hizo que Pablo se presentara ante ellos.