«Mi Señor y Dios, te pedí ayuda, y me sanaste.» (Salmos 30.2, página 902)

Cuando Jonatán era un niño se lastimó muchas veces. ¡Era el «campeón» de los moretones y las
lastimaduras! Golpearse la cabeza jugando con sus amigos, herirse la frente contra la acera por salir
corriendo distraído, clavarse una astilla en la mano y torcerse el tobillo por hacer un mal movimiento
durante el partido de fútbol son algunas de las cosas que le pasaban con frecuencia.
Pero en otras ocasiones también sufrió heridas en su interior. Sueños frustrados, amigos que dejaron
de serlo, sentimientos encontrados al ver la injusticia, errores que le acarrearon consecuencias
dolorosas y las decisiones de otras personas han sido elementos que lastimaron, golpearon y
causaron «moretones» en su alma.
¿Qué hacemos cuando otras personas o alguna situación hieren nuestro corazón?
Cada vez que Jonatán se lastimaba físicamente buscaba la ayuda de sus padres, y ellos llamaban al
médico para que lo curara. Aunque le dolía, no le quedaba más remedio que aceptar el tratamiento.
Al finalizar el proceso, que tomaba su tiempo, comprobaba el «milagro»: ¡las heridas cicatrizaban!
Del mismo modo, es necesario hacer algo más que dejar pasar el tiempo para que las heridas de
nuestro interior sanen por completo. ¿Qué debemos hacer? Busquemos la ayuda de Dios,
mostrémosle nuestra herida tal como está, permitamos que él nos ayude a perdonar a quienes nos
han herido y a pedir perdón por nuestras faltas, y entonces podremos disfrutar de la sanidad completa
de las heridas de nuestro corazón.

Sumérgete: No temamos acercarnos a Dios y mostrarle todo lo que hay en nuestro corazón. Él nos
sanará y nos ayudará a tener un corazón alegre, limpio y libre de toda enfermedad.