El Nuevo Testamento
Después de haber hablado a nuestros padres por medio de los profetas, Dios envió a su Hijo Jesucristo —su Palabra eterna, que ilumina a todos los seres humanos— para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna (Jn 3.16).
Por Armando J. Levoratti
Una vez bautizado por Juan (Mc 1.9-11), Jesús volvió a Galilea y comenzó a anunciar la Buena Noticia de Dios (Mc 1.14-15). Reunió a su alrededor un grupo de discípulos, para que lo acompañaran y para mandarlos a anunciar el mensaje (Mc 3.14). Los evangelios, sin embargo, nos muestran que los discípulos estuvieron muy lejos de entender, desde el comienzo, quién era en realidad aquel con quien convivían tan íntimamente (Mc 8.14-21). Pero Jesús les anunció que el Paráclito —el «Espíritu de la verdad»— les haría conocer toda la verdad (Jn 14.26; 15.26; 16.13). Este anuncio se cumplió el día de Pentecostés, cuando la comunidad reunida en oración recibió la luz y la fuerza del Espíritu Santo (Hch 2.1-4).
Estos primeros discípulos, que fueron desde el comienzo «testigos presenciales» de lo que Jesús hizo y enseñó, recibieron de él «el encargo de anunciar el mensaje» (Lc 1.2), y con el poder del Espíritu Santo (Hch 1.8) dieron testimonio de lo que habían visto y experimentado: Porque lo hemos visto y lo hemos tocado con nuestras manos (1 Jn 1.1).
Los que creyeron en la Buena Noticia, a su vez, formaron comunidades cuyos miembros seguían firmes en lo que los apóstoles les enseñaban, y compartían lo que tenían, y oraban y se reunían para partir el pan (Hch 2.42). Y en la vida de estas comunidades fueron surgiendo los escritos del Nuevo Testamento.
Aquí es importante tener en cuenta que el orden de los libros en el canon del Nuevo Testamento no corresponde al orden cronológico en que fueron redactados los libros. Entre los escritos más antiguos están las cartas paulinas. El apóstol, en efecto, anunciaba el evangelio de viva voz (cf. Hch 13.16; 14.1; 17.22). Pero a veces, estando lejos de alguna de las iglesias fundadas por él, se vio en la necesidad de comunicarse con ellas, para instruirlas más en la fe, para animarlas a perseverar en el buen camino, o para corregir alguna desviación (cf., por ejemplo, Gl 1.6-9). Así nacieron sus cartas, escritas para hacer frente a los problemas de índole diversa que surgían, sobre todo, de la rapidez y amplitud con que se difundía la fe cristiana.
Aunque los materiales utilizados por los evangelistas han sido transmitidos por los que desde el comienzo fueron testigos presenciales (Lc 1.1), la redacción de los Evangelios, tal como han llegado hasta nosotros, es posterior a las cartas paulinas.
Cada uno de estos cuatro Evangelios quiere responder a la pregunta que se hace todo el que se encuentra con Cristo. Esta pregunta ya se la había hecho Pablo en el camino de Damasco, cuando dijo: ¿Quién eres, Señor? (Hch 9.5). Y también se la hicieron los apóstoles, dominados por el miedo, cuando vieron la tempestad calmada a una sola orden de Jesús: ¿Quién será este, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Mc 4.41).
Marcos pone bien de relieve la realidad humana de Jesús, pero destaca al mismo tiempo su misteriosa trascendencia. Llevándonos de pregunta en pregunta, de respuesta en respuesta, de revelación en revelación, nos conduce en forma progresiva de la humanidad de Cristo a su divinidad, haciéndonos descubrir en «el carpintero, hijo de María» (6.3), primero al Mesías Hijo de David (8.29) y luego al Hijo de Dios (15.39).
En un relato más extenso que el de Marcos, Mateo presenta a Jesús —hijo de Abraham e hijo de David (1.1)— como el Mesías que lleva a su cumplimiento todas las esperanzas de Israel y las sobrepasa a todas. Apoyándose constantemente en las profecías del Antiguo Testamento, muestra cómo Jesús las realiza plenamente, pero de una manera que el pueblo judío de su tiempo ni siquiera alcanzó a sospechar: Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta (1.22; cf. 2.17; 4.14; 8.17; 26.56).
Lucas destaca, sobre todo, la misión de Jesús como Salvador universal (cf. 2.29-32). Es el evangelio proclamado por el ángel de Belén: Les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un Salvador, que es el Mesías, el Señor (2.10-11). En las parábolas de la misericordia divina, Lucas anota que la alegría de la salvación no resuena solamente en la tierra, sino que regocija también al cielo y a los ángeles (15.7, 10); la vuelta del hijo pródigo a la casa de su padre se festeja jubilosamente (15.22-24), y el gozo del perdón y de la salvación llega también a la casa de Zaqueo, que recibió a Jesús con alegría (19.6).
El evangelio de Juan ha sido llamado «evangelio espiritual», debido a la profundidad con que ha sabido penetrar en el misterio de Cristo. Jesús es la Luz del mundo, el Pan de vida, el Camino, la Verdad y la Vida, la Resurrección y la Vid verdadera. Él es la Palabra eterna del Padre, que existía desde el principio y que se hizo «carne» —es decir, hombre en el pleno sentido de la palabra— y «acampó entre nosotros» (Jn 1.14, NBE). Él es la manifestación suprema del amor de Dios, que no vino a condenar, sino a salvar. Pero también exige de sus seguidores una opción fundamental: ¿También ustedes quieren irse? —Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna (6.67, 68).
Además de las cartas paulinas, el Nuevo Testamento incluye otras cartas apostólicas, que llevan los nombres de Santiago, Pedro, Juan y Judas, el hermano de Santiago. En su mayor parte, estas cartas no están dirigidas a personas o a comunidades particulares, sino a grupos más amplios (cf., por ejemplo, 1 P 1.1). En ellas se reflejan las dificultades que debieron afrontar los primeros cristianos en medio de la hostilidad de los paganos. Debemos agregar aquí también a la Epístola a los Hebreos, considerada más como un sermón de exhortación que invita a los cristianos a permanecer fieles en la fe de Jesucristo, en medio de una situación adversa.
Finalmente, el libro del Apocalipsis —palabra griega que significa Revelación— anuncia el triunfo final del Señor. El día de este triunfo final de Cristo es designado como el de las «Bodas del Cordero»:
Alegrémonos, llenémonos de gozo y démosle gloria, porque ha llegado el momento de las bodas del Cordero.
(Ap 19.7)
Por eso, el Apocalipsis proclama jubilosamente:
Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero.
(Ap 19.9)
Con esta bienaventuranza llega a su término el libro del Apocalipsis, cuyas palabras finales son un canto nupcial: «¡Ven!», dice la Esposa del Cordero, y ella escucha una voz que le responde: «Sí, vengo pronto» (Ap 22.17,20).
Conclusión
El Dios que se revela en la Biblia ha intervenido en la historia humana para hacer de ella una historia santa. Los acontecimientos del Antiguo Testamento anunciaban, prefiguraban y realizaban parcialmente lo que en el Nuevo Testamento llegaría a su pleno cumplimiento. Si la Pascua de Cristo trae al mundo la plenitud de la salvación, la pascua de Moisés fue la aurora de nuestra salvación. La liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto preanunciaba asimismo la liberación de toda la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. Este mismo movimiento de la historia continúa, se prolonga y se expande en la vida de la Iglesia, que escucha, vive y anuncia la Palabra hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1.8).
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Libros recomendados Para profundizar en la lectura
Arnold B. Rhodes. Los actos portentosos de Dios. Traducido del inglés por Jorge Lara-Braud y Miriam D. de Lloreda. Richmond: C. L. C. Press, 1964. 358 pp.
Susana de Diétrich. Los designios de Dios. Traducido del francés por F. Rived. México: Publicaciones El Faro, S. A. y CUPSA, 1952. 222 pp.
Obras afines
Ricardo Pietrantonio. Itinerario Bíblico. 1 Antiguo Testamento. Buenos Aires: Ediciones La Aurora, 1985. 191 pp.
Erich Sauer. La aurora de la redención del mundo. Traducido del inglés por Ernesto Trenchard. Madrid: Literatura Bíblica, 1967. 308 pp.
Etienne Charpentier. Para leer la Biblia. Cuadernos Bíblicos 1. Traducido del francés por Nicolás Darrical. Estella: Editorial Verbo Divino, 1985. 66 pp.
Equipo «Cahiers Evangile». Primeros pasos por la Biblia. Cuadernos Bíblicos 35. Traducido del francés por Nicolás Darrical. Estella: Editorial Verbo Divino, 1984. 62 pp.
William Barclay. Introducción a la Biblia. Traducido del inglés por Juanleandro Garza. México: CUPSA, 1987. 160 pp.
Ettienne Charpentier. Para leer el Antiguo Testamento. Traducido del francés por Nicolás Darrical. Estella: Editorial Verbo Divino, 1984. 122 pp.
Este articulo ha sido tomado del sitio web de las Sociedades Bíblicas Unidas.