En los últimos tiempos y desde hace años hemos sido impactados por terremotos, tsunamis, deslaves y otras tragedias en varias partes del mundo.
En este artículo, meditaremos respecto a cómo el amor y la misericordia de Dios deben alentarnos y sostenernos en medio de las pruebas. Comprender el control soberano de Dios, aun sobre nuestras penurias, nos ayudará a entender el propósito de Dios para aquella penuria en particular y a darnos cuenta de que nada hay en nuestras experiencias que escape al control de Dios; ni siquiera en medio de tiempos de prueba.
Esto no quiere decir que Dios causa todo el sufrimiento que experimentamos, pero ninguna de esas experiencias escapa a su control. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos enseñan esa importante verdad. Por ejemplo, el sufrimiento de Job fue causado directamente por Satanás, pero solo fue posible con el permiso de Dios (Job 1-2). En medio de sus penurias, Job pregunta: «¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?» (Job 2.10). José fue vendido como esclavo por sus hermanos y fue puesto en la cárcel por años. Pero al final él reconoce que todo había sido parte del plan de Dios, y cuando otros planearon su mal, Dios los transformó en bien (Gn 50.20). La declaración de Amós fue más directa: «¿Pasa algo malo en la ciudad que el Señor no haya hecho?» (Amós 3.6).
Si creemos que verdaderamente Dios está en su santo trono, y reina, debemos aceptar que, en última instancia, la fuente de todo sufrimiento es Dios mismo (véanse Dt 32.29; Job 1.12; 2.6; Ef 1.11; 2 Co 12.7; Amós 3.6; Is 45.7; Pr 16.4). Dios permite el sufrimiento en la vida del cristiano o lo envía. ¿Sorprendido? Bueno, pero es claro que nada pueda alcanzar al hijo de Dios a menos que Dios lo consienta.
El propósito del sufrimiento
Todo sufrimiento en el cristiano es para la gloria de Dios (Ez 20.9, 14, 22, 33, 39). Sin embargo, esto no es simplemente una muletilla. Dios es glorificado a través del sufrimiento del cristiano en una de las siguientes formas:
Cuando el cristiano es liberado por la intervención de Dios, esto hace que el cristiano alabe a Dios y también otros que ven lo que sucedió y comprenden (Jn 9.2, 3).
También Dios es glorificado cuando, de acuerdo a su propósito, sostiene al cristiano a través del sufrimiento (2 Co 12.7-10).
El profeta Habacuc compartió esta perspectiva cuando, mirando hacia el futuro cercano, vio que su propio país, Israel, sería devastado por una nación mucho más perversa, Babilonia. Pero Habacuc dice que aun en medio de la penuria más acuciante «me regocijaría en el Dios de mi salvación» y lo alabaría, aún si toda la economía de Israel fuera devastada (Hab 3.17-19).
A veces, es necesario que Dios envíe sufrimiento a nuestras vidas para guiarnos. Esto sucedió en la iglesia primitiva, cuando los cristianos estaban demasiado cómodos en Jerusalén y no obedecían el mandato de salir a predicar el evangelio. En aquella ocasión Dios envió la persecución y la iglesia fue impelida a salir (Hch 8.4). A menudo los cristianos estamos tan cómodos donde estamos que no seguimos las directivas de Dios de salir y predicar el evangelio, hasta que viene el sufrimiento, nos sacude y comenzamos a hacer lo que debíamos.
El sufrimiento prepara al cristiano para ayudar a otros (2 Co 1.3-4). A menudo es difícil ser confortado por alguien que no ha sufrido. El sufrimiento nos permite comprender cabalmente los alcances del mismo y nos capacita para consolar a otros.
El sufrimiento es el crisol de Dios para purificar nuestra fe (1 P 1.6-7). Hasta que el sufrimiento llega, no hay seguridad de que nuestro obrar sea el producto de depositar nuestra confianza en nosotros mismos o en Dios. Sin embargo, cuando el sufrimiento viene, la fe —o la falta de ella— es rápidamente demostrada.
En el Nuevo Testamento, Jesús dijo que ni siquiera un pequeño gorrión caería sin que su Padre lo permitiera (Mt 10.29). Si esto es así, ¿sucedería lo mismo con la vida de alguien? ¿Con una empresa? ¿Con un país? Pablo fue agobiado por un emisario de Satanás, pero el apóstol sabía que Dios tenía un propósito en todo aquello, desarrollar en él la humildad (2 Co 12.7). Al principio del ministerio de Pablo, Dios le dijo a Ananías que le mostraría a Pablo «todo lo que tiene que sufrir por causa de mi nombre» (Hch 9.16). Aun Cristo mismo aprendió a través de su sufrimiento (He 5.8). Nada nos autoriza a pensar que estamos exentos de pasar por la misma escuela de aprendizaje.
Es importante recordar que esos hombres estaban profundamente enamorados de Dios, pero Dios tenía un propósito divino al permitir que cada uno de ellos, incluso su propio Hijo, pasara por duras pruebas. A lo largo de la historia hubo hombres y mujeres que comprendieron cabalmente la enseñanza de que las pruebas, y solamente las pruebas, pueden ofrecer al hombre y la mujer de Dios un aprendizaje único e irrepetible. También siempre hubo quienes negaban la posibilidad de que el cristiano sufriera si no estaba en desobediencia ante Dios. Sin embargo, en toda la Biblia vemos que hombres y mujeres de Dios pasaron por el camino de las pruebas y al salir airosos lo hacían con una nueva comprensión del amor y la providencia de Dios, así como de sus propias debilidades y fortalezas. La iglesia haría bien en rescatar la enseñanza bíblica sobre el sufrimiento y ver cómo Dios lo utiliza para fortalecernos y decirnos, en la práctica, que no hay nada más importante que descansar en él, especialmente en tiempos de pruebas.
C. S. Lewis, reconocido escritor inglés del siglo pasado, reflexionó sobre el hecho de que su país fuera bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial, enfatizando los efectos espirituales positivos sobre la iglesia sufriente:
«La guerra hizo que la muerte se torne muy real para nosotros, y eso debe ser considerado como una de las más grandes bendiciones para los cristianos que la sufrimos, pues era bueno para nosotros el tener que estar siempre conscientes de nuestra propia mortalidad. Todos los esquemas de felicidad que se concentran en este mundo, están siempre condenados a una frustración final».
Las pruebas nos enfrentan a nuestra propia debilidad y necesidad y nos exponen a la mano amorosa de Dios en medio de nuestras penurias.
El más importante propósito del sufrimiento es hacernos como Cristo. Cada circunstancia en nuestra vida es diseñada con ese propósito en mente (Ro 8.28-29). Paciencia, humildad, conocimiento de Cristo, poder de resurrección, disciplina, fruto abundante, esperanza, perdurabilidad, obediencia, justicia, limpieza, etc., todos estos elementos son frutos del sufrimiento (Stg 1.2-4; 2 Co 12.7; Fil 3.10; He 2.4-13; Jn 15.2 ss; Ro 5.3-4).
El progreso hacia la imagen de Cristo puede ser más rápido si nos sostenemos sobre las piedras de las pruebas. Sin embargo, este resultado dependerá de nuestras respuestas a las pruebas. Si no pasamos la prueba, esta se convierte en una piedra con la que tropezamos y que perjudica o detiene nuestro progreso. El resultado positivo o negativo de nuestras pruebas no depende del tipo de pruebas, sino de nuestra respuesta a las mismas. La misma prueba puede producir crecimiento o estancamiento.
Es claro que estas verdades no son fáciles de comprender cuando estamos pasando por un tiempo de sufrimiento. Las emociones y el dolor pueden agobiar nuestra razón y ensombrecer nuestra visión de las cosas. Por eso es tan importante interiorizar estas verdades en nuestros corazones antes de que llegue la prueba. De otra manera, seguramente nos inclinaríamos a evaluar el sufrimiento a partir de nuestras emociones en lugar de hacerlo a partir de las enseñanzas escriturales.
John Piper, en su libro «The Hidden Smile of God» (La sonrisa oculta de Dios) declara: «porque nada glorifica más a Dios que mantener nuestra estabilidad y gozo cuando perdemos todo excepto a Dios. Ese día vendrá para cada uno de nosotros, y debemos estar bien preparados y ayudar a la gente a quienes amamos para que también estén preparados para enfrentar esos tiempos».
La fe recibe el problema con gozo y agradecimiento (Mt 5.10-12; Lc 6.22-23; Hch 5.41; Stg 1.2-4; 1 P 4.12-19). Santiago dice: «Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando estén pasando por diversas pruebas» (Stg 1.2).
Santiago no dice que cada prueba es una cosa gozosa. Él dice: «considérenla» como si lo fuera. Es decir, por fe trátenla como si fuera algo bueno, sabiendo que fue designada para producir buenos resultados. Es por eso que Santiago nos exhorta a regocijarnos. También nos dice que debemos considerar a la prueba con gozo; eso no quiere decir que deberemos estar exuberantemente gozosos. Él quiere decir que el gozo no debe mezclarse con resentimiento ni con falta de fe.
No importa tanto qué tan grande es la prueba sino dónde la ubicamos. Si la presión ocasionada por la prueba me acerca más a Jesús y respondo en fe, es una bendición. Si la prueba se coloca entre Jesús y yo, y provoca en mí rechazo y falta de fe, es una maldición. Debemos tratar a la prueba como una bendición no una maldición. Esta es la respuesta de la fe.
La pregunta es ¿cómo podemos desarrollar ese tipo de fe?
La Palabra de Dios nos ayuda a edificar nuestra fe, por lo tanto, en tiempos de problemas es una buena cosa leerla y meditar en las promesas de Dios (Sal 23; 34; 37; 42.5; 46.1; 50.15; 55.22; 103.13-14; Pr 24.10; Is 41.3, 10; 42.3; 43.2; 51.12-13; 66.13; Cnt 3.22-26, 39; Mt 11.28; Jn 14; 16.20, 22, 33; Ro 8.31-39; 1 Co 10.13; Stg 5.15; Job; 1 y 2 P). Las fuertes promesas de Dios nos ayudan a edificar confianza y fe. La fe, en su momento, usa los problemas como material para desarrollar los grandes propósitos de Dios en nuestras vidas.
La respuesta de fe a los problemas también es clara en la oración. Cada parte del problema, en un acto voluntario, se pone en las manos de Dios. Esto debe ser total; de nada sirve comentarle al Señor sobre el problema, dejárselo por un tiempo y luego volver a cargarlo en nuestras vidas diarias. El cambio de carga debe ser total (2 R 20.1-5; Sal 9.9; 27.5; 46.1; 55.22; Mt 11.28; Fil 4.6-7, 11; Stg 5.16; 1 P 4.12-19; 5.7).
Finalmente, ante la realidad del sufrimiento, la fe es fortalecida cuando la consideramos en comparación con los sufrimientos de Cristo a favor de nosotros (He 12.2-4). Todo el sufrimiento que debiera soportar por bien de su nombre es tan pequeño, que resulta invisible a la luz de su sufrimiento por mi bien. Por último, en su amor lleno de gracia, es el sufrimiento de Cristo lo que lo preparó para comprender cabalmente mi propio sufrimiento.
La fe en la segura Palabra de Dios acerca de que él tomará cada problema de mi vida y lo transformará en un perfecto bien es la clave para mantenernos en pie cada vez que el sufrimiento nos acontezca.
La soberanía de Dios en las pruebas
1 Pedro 1.6-7
Esto les causa gran regocijo, aun cuando les sea necesario soportar por algún tiempo diversas pruebas y aflicciones, pero cuando la fe de ustedes sea puesta a prueba, como el oro, habrá de manifestarse en alabanza, gloria y honra el día que Jesucristo se revele. El oro es perecedero y, sin embargo, se prueba con fuego; ¡y la fe de ustedes es mucho más preciosa que el oro!
Este pasaje de la Primera Carta de Pedro nos ilustra acerca de las pruebas, de su propósito y de Dios detrás de todo ello.
Es Dios quien permite la prueba – Una cosa mala puede tener su origen en la malignidad de un Judas, pero cuando nos impacta, ha llegado a ser la copa que nuestro Padre nos dio para que bebamos.
El diablo puede tener su propia idea destructiva, pero no puede adelantarse ni un centímetro más allá del determinado consejo y presciencia de Dios.
Es Dios quien dirige la prueba – Puede ser que ningún amigo esté al lado, pero en todo horno hay uno semejante al Hijo de Hombre. En todo torrente de aguas, él está al lado de nosotros, fortaleciendo nuestro corazón con promesas, sugiriendo palabras de fe y esperanza, recordando el bendito pasado, señalando el futuro radiante y sosegando los temores.
Es Dios quien vela el progreso la prueba – Nadie puede mostrar más cuidado que Dios, acomodando la prueba a nuestras fuerzas; manteniendo el dedo sobre el pulso para apagar la llama cuando el corazón comienza a agitarse.
Las pruebas tienen un propósito – «Si es necesario». Hay pocas cosas más difíciles de soportar que el sufrimiento sin aparente motivo. Por el contrario, cuando no vemos un propósito definido en el sufrimiento la esperanza muere.
El cristiano no debe temer eso. Hay una utilidad en cada prueba que enfrentamos; tiene como propósito revelar los secretos de nuestro corazón, hacernos humildes y probarnos. Nunca debemos ver la prueba como castigo por algo que hemos hecho, pues todas nuestras penas han sido llevadas por nuestro Redentor.
Este pasaje, también presenta dos axiomas cristianos:
La prueba es algo que debemos dar por sentado – La prueba es algo natural. Algunos sufrimientos conciernen a la vida en general, impactando tanto en cristianos como en no cristianos. Hay otras clases de pruebas que nos sobrevienen por ser discípulos de Cristo. Cualquiera sea el caso, las pruebas son parte de un plan divino.
Teniendo en cuenta lo que nuestro Señor sufrió, el discípulo nunca debería preguntarse: ¿Por qué me sucede esto?
La prueba es algo que no debemos desperdiciar – La prueba no es buena en sí misma, pero debe ser dirigida para el bien. Si no la convertimos en algo provechoso la estamos desaprovechando.
Stanley Jones escribió: «La aflicción nos viene a todos; irrita a algunos y suaviza a otros. Yo la usaré para suavizar mi alma»
Cristo nos da la posibilidad de adueñarnos de todos los acontecimientos de nuestras vidas, incluso el sufrimiento.
Algo claro en las Escrituras es que en la Biblia no figuran promesas de que seremos librados de las dificultades, sino del daño.
El hombre sin fe no ve en las pruebas otra cosa que el daño: calumnias, chismes, enfermedades, desgracias, etc. En cambio, el cristiano no reputa nada como daño, salvo que dañe su espíritu, su carácter o su devoción al Señor.
Mientras que las pruebas nos lleven a Cristo, nos demanden una fe más fuerte en él y nos exijan un coraje más firme, sus amenazas pueden ser conjuradas. Más que eso, pueden convertirse en capital de perfección y gracia.
Bunyan, autor de El Peregrino, escribió en la cárcel donde había ido a causa de su fe:
«Esta prisión muy dulce para mí, ha sido desde que vine aquí.
También sería dulce el ser ahorcado, si se hiciese presente Jesús, el amado».
Pedro quiere llevarnos a una experiencia más profunda mientras forja el eslabón entre nuestros dolores y los victoriosos dolores del Señor crucificado. Nuestros sufrimientos están relacionados con los de Cristo, no solo como una lección lo está de los que lo aprenden, sino como una vida lo está con el que la comparte.
Pedro nos dice: «Puesto que Cristo sufrió por nosotros en su cuerpo, también ustedes deben adoptar esa misma actitud, porque quien sufre en su cuerpo pone fin al pecado, para que el tiempo que le queda de vida en este mundo lo viva conforme a la voluntad de Dios y no conforme a los deseos humanos» (1 P 4.1-2).
El hecho de que la enseñanza de Pedro en este pasaje sea semejante a la de Pablo en Romanos 6, nos abre el camino a la profunda e importante verdad aquí expuesta.
Tenemos aquí, ante todo, una completa identificación. Ver la semejanza entre el sufriente Salvador y nosotros tiene, sin dudas, un valor estimulante. Él muere por nosotros y nosotros morimos con él. Él resucita por nosotros y nosotros resucitamos con él. Él asciende y reina por nosotros y nosotros ascendemos y reinamos con él.
Cuando hayamos comprendido esta verdad, cuando nuestra compenetración de esta doctrina apostólica de la identificación del creyente con Cristo haya demostrado ser tan profunda, con un significado exacto de lo que esto implica y de sus privilegios, habremos aceptado el principio de que el pecado y el pecar no son para nosotros. De esta manera podremos comprender cabalmente las palabras que Pedro nos dejara en estos dos versículos.
Esta comprensión cabal marcará una clara demarcación: «Baste el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los no creyentes, que viven entregados al libertinaje y las pasiones, a las borracheras, orgías, disipaciones y detestables idolatrías» (1 Pedro 4.3).
Para que anunciemos el evangelio con poder, Dios debe mantenernos purificados. Dios debe purificar su Iglesia y lo hará. Debemos hacer nuestra la enseñanza de Ezequiel y decir con el profeta:
«Señor, empieza por mi santuario…comienza por mí».
El sufrimiento es el medio que Dios eligió para fortalecer al creyente y hacerlo descansar con más fuerza sobre Jesucristo a fin de realizar el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. El que comenzó la obra en nosotros la terminará de acuerdo a su divina voluntad. El sufrimiento es uno de los métodos de Dios.
Que Dios nos ayude a soportar el sufrimiento y a salir de él fortalecidos y más santos.
Este articulo ha sido tomado de “Vive la Biblia”, sitio web de las Sociedades Bíblicas Unidas.